El caso de los campos de concentración para hombres homosexuales o bisexuales en la república de Chechenia, perteneciente a Rusia, saltó al escenario público en los primeros meses del año 2017 debido a un reportaje del diario ruso Nóvaya Gazeta, el cual denunciaba esta situación.
Según el reportaje dicho reportaje, escrito por la periodista Elena Milashina, los centros de concentración se constituyen en prisiones secretas: dos fueron reportadas en Grozny, la capital chechena, y otra en Argún, donde los arrestados son vejados, torturados e incluso, en muchos casos, asesinados. Según el mismo diario, ni siquiera es necesario ser gay para ser capturado e internado en uno de estos centros: la mínima sospecha sobre la cuestión ya es validante para ser acusado y arrestado.
En su artículo sobre el tema, el diario The Guardian consiguió entrevistar a uno de los supervivientes de dichos centros de concentración, quien, bajo el nombre de Adam (para proteger su identidad), declaraba haber sufrido una emboscada para ser detenido: tras haber sido citado por un conocido y acudir al lugar de reunión, encontró a seis personas esperándolo, algunos de ellos en uniforme, gritando que sabían que era gay, para posteriormente meterlo en una furgoneta y llevarlo al centro de concentración de Argún: “Nos llamaban animales, inhumanos, nos decían que íbamos a morir allí”, declaraba Adam.
Los arrestos y torturas se llevan a cabo bajo la protección del estado y sus cuerpos de seguridad. De hecho, sobre este tema, el presidente de la república, Ramzán Kadýrov, declara no saber absolutamente nada, ya que según él los gays no existen en Chechenia: “Si los homosexuales existieran en Chechenia, las fuerzas del orden público no tendrían que preocuparse de ellas; sus propias familias se encargarían de enviarlas donde no pudiesen vover”.
Los delitos de honor, llevados a cabo por las familias, son algo real y constante en Chechenia: culturalmente, y en el marco de una sociedad tan religiosa y tradicional, los chechenos consideran la homosexualidad una vergüenza ya no solo para la misma persona, sino algo que se extiende a todo el linaje familiar y que ha de ser erradicado ante de corromperlo. Por ello, según Elena Milashina, si los acusados de homosexualidad llegan alguna vez a ser liberados de los campos de concentración, son entregados a sus familias bajo la orden de “hacer lo que se ha de hacer”, por lo que en muchas ocasiones son las propias familias las que finalmente acaban con la vida de las víctimas.
Ante las denuncias del caso a las entidades internacionales, la Unión Europea pidió investigaciones “eficaces y exhaustivas” sobre las informaciones. La portavoz de la alta representante de política exterior de la UE, Federica Mogherini, pidió que “cualquier que sea declarado culpable o cómplice de semejantes crímenes comparezca ante la justicia.”. Sin embargo, la intervención internacional no ha llegado en ningún momento en los cuatro años que hace que saltó el caso a las portadas los grandes medios.
Es sobre esta intervención internacional sobre lo que Kheda Saratova, miembro del Consejo de Derechos Humanos de Chechenia, dijo que, para poder actuar, necesitaba “una solicitud con los hechos de parte de la persona aquejada”. Algo que nunca llega, pues los supervivientes (pocos) tratan de huir de Rusia o esconderse por miedo a volver a ser capturados.
Debido a esta falta de intervención internacional y al riesgo de que el caso caiga en el olvido, HBO Max estrenó el pasado año el documental “Welcome to Chechenya: The Gay Purge”, del director David France. El documental expone la brutalidad persecutoria de las autoridades chechenas hacia el colectivo LGTB, además de mostrar la historia de los grupos de activistas que se encuentran ayudando a las víctimas a escapar, a riesgo de ser capturados o ejecutados ellos mismos.
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