Daniel G. Abiétar es médico residente de Preventiva y Salud Públicas y se encuentra trabajando en la Agencia de Salud Pública de Barcelona, además de ser el escritor de "¿Sólo dos? La medicina ante la ficción política del binarismo sexo-género", un análisis sobre el modelo de atención sanitaria a las personas trans a lo largo de ciento cincuenta años.
Sexolog: ¿Qué podemos encontrar en “¿Sólo dos? La medicina ante la ficción política del binarismo sexo-género”?
Daniel: El libro es un análisis cualitativo del discurso médico entorno a la sexualidad desde mitad del siglo XIX hasta la actualidad, en concreto en España. Básicamente trata de cartografiar y seguir qué fue diciendo la medicina en torno a temas tan centrales como la identidad sexual y el sexo. El cómo ha sido el sexo a través de la medicina, y cómo la medicina ha actuado como un dispositivo de poder para decidir qué era lo valido, qué era lo normal y qué era una patología, reflejando en cierto modo, en ese proceso de definición, los prejuicios o los estándares hacia los que la sociedad quería tender. Es decir, ha sido un elemento más de la sociedad pero ejerciendo ese poder centrado en una supuesta validez científica para realizar esa ordenación social basada en un binarismo supuesto que lo explicaba todo sobre la sexualidad humana. A lo largo del libro se va viendo esas particularidades y esa evolución del discurso a lo largo de los años que abarca el estudio, dependiendo también de las sociedades en las que se estaba inserto, de las tecnologías desarrolladas, etc. Lo que sí observamos es que el trasfondo común es el binarismo, que hay una deshumanización permanente y un análisis exhaustivo de todo aquello que se sale de la norma y una penalización social por ello
S: Bajo tu punto de vista, ¿Cuál es el punto más urgente a cambiar dentro del sistema de salud público respecto a la realidad de las personas trans?
D:Yo creo que hay muchos puntos de cambio. El primero y que más importante me parece a nivel de salud en España, en un sentido global sea el de la salud pública, no el modelo existencial. Ahora mismo en España, las políticas de salud pública giran todas entorno a la creencia de que es el sistema sanitario el que provee la salud de la población, cuando en realidad lo que hace es atajar un poco la enfermedad. En consecuencia, la salud de las personas trans se entiende que está ya copada o satisfecha cuando se provee de ciertos servicios como el tratamiento hormonal, el tratamiento quirúrgico. Sin embargo, existen violencias en el sistema sanitario hacia las personas trans. Es algo que debemos atajar y es a lo que dedico gran parte del libro, pero para mí el gran paso se encuentra en pensar que la salud trans depende de estructuras sociales muy complejas como puede ser el proceso de socialización de género, el propio racismo institucional, la propia homofobia… que están terminando de forma definitiva la salud de las personas trans. Y desde ese punto de vista yo creo que la salud pública tiene mucho que decir. Hay muchas políticas que diseñar, hay muchas intervenciones por hacer, muchos programas que realizar, también a nivel educativo, para poder alcanzar realmente una justicia en salud.
S: ¿Consideras que podemos hablar de partir de un sistema sanitario tránsfobo?
D: Lo que no es tolerable es el trato que reciben las personas trans, esa tendencia a binarizarlas, a obligarlas a encasillarse en un género. Es totalmente necesario que el sistema en ese aspecto cambie, que gire en torno a la autonomía de la persona, al consentimiento informado, el respeto de su identidad desde el minuto cero.También es importante el considerar que la persona estará en un ambiente tránsfobo y es un entorno social que le puede ser hostil y que por ello tendrá necesidades en salud particulares, pues sufrirá más que otras personas, aunque no haya que victimizarlas.”
S: ¿Crees que el calificativo “disforia de género” ha de ser modificado dentro de la sanidad?
D: Creo que el problema no es tanto la etiqueta sino el uso que se hace de ella. O sea, el diagnóstico de disforia de género se pide como forma central para que una persona tenga derecho al acceso al tratamiento hormonal o quirúrgico. El problema se encuentra en que si requiero de yo encontrarme mal con mi género para que se me atienda, se me está patologizando. Si tú has de declararte como enfermo para que se te atienda. Eso es lo que es realmente problemático. Hay personas que tienen necesidades de modificación corporal como las tenemos todos cuando vamos al gimnasio, nos maquillamos… y no necesariamente tienen ese problema, ¿No? Y además hay un segundo problema, el cual es un problema consecuencia del estigma de los problemas de salud metal y es que los diagnósticos, las etiquetas de los problemas de salud metal emparejan siempre una responsabilización de la víctima. Se tiende a pensar que el paciente es el culpable de su enfermedad, es como que alguien no se adapta a los modelos de la sociedad.
S: A día de hoy en nuestro país, ¿Cuáles son los pasos que una persona transgénero ha de seguir en la Seguridad Social para poder comenzar su tratamiento hormonal?
D: A día de hoy, para comenzar con el tratamiento hormonal se requiere del diagnóstico de género. Es decir, hace falta pasar un proceso de patologización, donde tú te declaras persona enferma, para que se atiendan tus necesidades y que puedas recibir tratamiento hormonal. Básicamente lo primero sería ir a atención primaria , los cuales en principio serían los responsables de detectar tus necesidades y derivarte a una unidad especializada, la cual haría el diagnóstico de tratamiento de género y darte el tratamiento. En el caso de los modelos pro-despatologización, como sería Transit, como los procesos institucionales integrados en Andalucía, en principio, no habría estos procesos de patologización. Es decir, no se requeriría del diagnóstico para comenzar con el tratamiento, siendo un proceso mucho más saludable, desde luego.
Sin embargo, este no suele ser el último paso, pues normalmente hay mucha más conflictividad como con los propios endocrinólogos o con los propios psiquiatras en una negociación sutil de “a ver cuánto te adaptas al estereotipo de género para ver si yo decido darte el pase a hormonas o no”. Es como un proceso de aprobación, donde yo decido si tú eres realmente una persona trans. Es un modelo paternalista que evalúa la identidad de las personas trans cuando al resto de las personas no se nos cuestiona nuestra identidad y es un modelo patologizante.
S: ¿Es hoy en día posible probar médicamente el binarismo de género?
D: A día de hoy sabemos que no se puede probar médicamente el binarismo de género. El género se vive de maneras muy diversas. Nos identificamos más o menos con los constructos de masculinidad y feminidad y esto varía a lo largo de nuestra vida. Pese a ello, estas escalas de masculinidad-feminidad se siguen utilizando a día de hoy como forma de diagnóstico, aunque sea completamente absurdo, ya que cada sociedad asimila unas características distintas asociadas a los géneros. Varían incluso con la época, el momento histórico. Desde el siglo xviii, por ejemplo, desde aquella primera obsesión con el sexo, aquellas primeras asignaciones de roles a los constructos de sexo, ha habido ya muchas configuraciones del género, muchas características variadas que se asociaban al género.
S: ¿Por qué consideras que las instituciones (sobre todo la sanitaria) se encuentran todavía tan reticentes a superar su modelo masculino-femenino?
D: Yo creo que tiene que ver con una sociedad en la que la configuración de los roles sociales que debe cumplir cada persona están todavía repartidos de esta manera, donde los cuidados quedan completamente relacionados con la feminidad y los trabajos manuales y de fuerza quedan relacionados con la masculinidad. Es una cuestión muy vinculado con lo laboral y con el sistema de producción económico-laboral, y todavía dependemos de ese tipo de ordenación. La familia heterosexual sigue siendo un elemento central, donde los roles han de estar muy claros. Esto ocurre simplemente porque nuestra sociedad no ha sido capaz de concebir otros modelos por el momento. Otros modelos de organización laboral, familiar, sean formales o no reconocidos, como el caso de los cuidados. Es un proceso que, aunque vaya modificándose poco a poco es muy lento.
S: Actualmente, ¿cómo trata la sanidad pública, en concreto las Unidades de Trastornos de Identidad de Género, a aquellas personas que no se encuentran dentro de ninguno de los dos géneros preestablecidos?
D: Bueno, las Unidades de Trastorno de Identidad de Género no tratan a personas no binarias porque normalmente las personas no binarias ya saben que van a tener que adaptarse a los estereotipos, bien masculino o bien femenino, para poder entrar en ellas. Cuando llegan sufren muchísimas violencias. En el libro por ejemplo hablamos del caso de Leo, quien es una persona no binaria que recibía de forma constante mensajes de su psicólogo de atención primaria presionándole a masculinizarse. Vemos que las personas no binarias, que desafían ese binarismo sexo-género tan arraigado son las que más violencia reciben. De hecho, existen datos, como una encuesta de 2017 de la Transgender European Service, donde precisamente se observaba que la mayoría de barreras para entrar al sistema sanitario y la mayoría de violencias las recibían las personas no binarias. Esto es muy importante, pues muestra cómo los modelos sanitarios están tan centrados en el binarismo sexo-género que excluyen a personas que no se identifiquen con ese constructo, lo que es realmente problemático. Sobre el 60% de las personas de España no binarias pospone sus citas con la atención primaria por miedo.
S: ¿Crees que la realidad trans necesita de manera urgente una legislación que la apoye y proteja?
D: Respecto a la legislación, sí creo que hiciera falta un marco legal que ampare y que empuje los sistemas sanitarios regionales, pues al final las competencias de sanidad están remitidas a las comunidades autónomas, a que implementen modelos de asistencia y acompañamiento a personas trans basados en la despatologización, en el consentimiento informado, como ya lo han hecho Cataluña, Canarias y Andalucía. También creo que hace falta una legislación que pene los delitos de odio por transfobia, que evite la discriminación laboral. Sin embargo creo que sigue habiendo un fondo inmenso por trabajar todavía, el cual tiene que ver con la promoción de la salud, con trabajar en los barrios con una perspectiva inclusiva de la salud y de la educación. Se ha generado un marco un poco pobre en cuanto a pensar la salud desde una perspectiva de interseccionalidad, teniendo en cuenta también la identidad de género y la discriminación producida por esta. La identidad de género es algo esencial de la vida de las personas y que no se suele tener en cuenta a la hora de establecer legislaciones o medidas.
S: ¿Crees que esta legislación, como sería el tema de la “Ley Trans”, ¿Es un buen primer paso o habría que comenzar desde otro punto?
D: Si el modelo legal se va a basar en modelos de castigo a la transfobia creo que vamos muy cortos y con un enfoque bastante reaccionario que tenemos a día de hoy. Creo que si esa ley acaba pensándose y reforzándose en términos tan necesarios como la educación inclusiva , la obligación de la educación sexual, la asistencia sanitaria, si acaba reforzando la inclusividad laboral, algo que considero fundamental, será realmente una ley importante. Si se queda en simplemente castigar la transfobia creo que estaríamos perdiendo una oportunidad muy grande.
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